Decidí apagar mi celular; no quería festejar mi cumpleaños. Quería que del 1ro de mayo (¡feliz día, trabajadores!) se pasase al 3 de mayo sin ninguna sorpresa de por medio.
Quizás vale contarles que sufro de insomnio hace un par de días; que yo, acostumbrad a dormir cuatro, cinco horas, ahora duermo una con suerte. A las 00:00 empezaron los mensajes, 00:20 decidí dormir, 01:15 mis ojos recién abiertos chequearon la hora. Y no volví a dormir.
Me depilé las cejas, escribí una canción, me acosté, mis viejos se levantaron para ir a trabajar, me saludaron, me levanté (una hora antes de lo habitual), me depilé los bigotes, me senté en la cama, y esperé a mi hora de partida. Tuve que ir caminando porque mi viejo sentía un dolor horrible que lo retuvo en la cama, abajo de la lluvia, escuchando Elliot Smith y con la sola intención de que el día que acaba de empezar, se terminara.
Llegué a mi casa, empapada. Mi almuerzo se basó en galletitas con queso y una banana.
Me quedé dormida en el sillón hasta que alguien tocó el timbre. No atendí, no quería ver a nadie.
Después vino Mica, y me trajo una torta enorme. Comimos torta, hablamos de Damian y Cristian, y de su histeria que a veces supera la nuestra.
¿Vale repetir que yo no quería festejar mi cumpleaños? Y mis viejos, insistieron. Y vinieron mis hermanos, mi abuela, mis sobrinos, mi madrina... Y yo sólo quería dormir todo lo que no había podido dormir, y quería gritar todo lo que no sé qué quiero gritar, y quería llorar todo lo que necesitaba llorar.
Estoy deprimida. Y ellos lo saben. Y comimos más torta, y etc.
Pero después no sé qué pasó que mi vieja tenía cara de orto y mi viejo también, y el intento de voluntad que había estado practicando todo el día se deshizo.
Y ya se fueron todos, y..., y..., acá estoy. 17 años.