viernes, 14 de junio de 2013

Que la x, y la y, y no entiendo. Que el lapiz mordido, que la mirada nerviosa, ansiosa de un milagro, que recorre el salón, que "quedan diez minutos, chicos, vayan entregando".
Martín estudió. Lo que se dice estudiar, estudiar, no. Pero estudió. De las nueve horas que suele pasar con el orto sentado en frente a la computadora, recicló tres para leer, hacer, rehacer, y pensar. 
Pero cuando vio la x, la y, y el reloj correr más rápido que de costumbre, se rindió. 

Una noche dijeron:
- Intentemos.
Por varias noches pensaron:
- No puedo creer que lo estemos intentando.
Cuando ya entendieron lo que era intentar, repitieron:
- Intentemos.
Esta vez con más tranquilidad, más decisión, más seguridad.
Pasaron más noches, más sábanas, y pensaron que su manera de intentar no era la manera correcta.
- ¿Qué hacemos mal?-lloró Nora.
- Nada, mi amor-consoló Eric-.Es la vida...
- ¡No te atrevas a decir que es la vida!
...
Dejaron de intentar.

Sara añadía tildes a su léxico que nadie entendía, y agregaba comas a su relato que nadie quería.
- Ho, hola...
Se sonrojaba.
- Hola, Sara, ¿cómo estás? Contame qué hiciste ayer-las compañeras lindas y fatales preguntaban apropósito.
- Yo... Yo...
Y el yo que era ella se perdía, porque ella/yo no quería contestar. La impotencia, la vergüenza, las ganas de no estar por un minuto, o estar sólo para decir "ayerfuialaplazaconmipapáymecompróunhelado" con una sonrisa, y orgullo.

Hay historias atrás de cada negativa decidida por nosotros. Porque nosotros somos más "no" que el sustantivo por sí solo.
¿Se entiende?
Perdón.