lunes, 28 de abril de 2014

Te fuiste.

Estoy hace seis vasos de
mierda
tratando de entender qué es más difícil:
cogerse a los recuerdos,
escribirte mis canciones,
o levantarme de la cama.

Lo cómico, o lo triste,
como quieras verlo,
es que estoy tan atada
de manos y de pies
a esta lujuria
asesina
de querer quererte que todo lo que me queda es oxígeno,
y si te vas un paso más allá
de mí,
ni eso me va a quedar.

Quiero echarte la culpa de mis malas decisiones.
Pero, ¿para qué?
Si no sabés escuchar algo que no sea tu alarma.
Además, tampoco puedo culparte por
haber adornado la cama de este
fárrago que soy
cuando te miro.
Pero sí puedo reclamarte
el cielo que era mi colchón
antes de que apoyaras los
pies
fríos
en el piso
y me dieras la espalda.

Calzoncillo, pantalón,
mi corazón en el bolsillo trasero
y casi, casi te olvidas tus llaves.
Casi fue ésa mi excusa perfecta
para que vuelvas,
pero no.

Lo que sí dejaste,
fue un fantasma.
Ése que merodea en mi almohada cuando me pongo a llorar.
Y la puta que te parió,
me malcriaste tanto con tu presencia que
si me deshago de él
(si lo intento, quiero decir)
no es que voy a encontrar un motivo para sonreír,
sino que me quedaré sin razones para pensarte.

Para llorar.

Para recordar que
a pesar de tus caprichos
sé sentir.

No puedo siquiera tildarte de egoísta
porque cuando estabas,
estabas,
incluso cuando dormíamos,
te mudabas de cabeza por un rato
para follarme hasta en el sueño,
que más que un sueño,
era insomnio bien aprovechado.

Pero igual, no tenías derecho
a decorar el infierno
como una montaña rusa.