domingo, 29 de noviembre de 2015

El ABC de mejor no

¿Puedo escribirte ahora?
Escribir que me doles en ambos manojos de pestañas,
que tengo las costillas tan atentas a tu tacto
que siento que el aire se me asfixia, que se me inhibe la lengua,
que hasta mi propia almohada me echó de mi cama y que duermo con el piso.
Que el piso sólo me presta un lugar a cambio de que no le hable de  vos.

Vos, que,
   te sé tan ajeno
   te espero igual.

¿Puedo?
Escribir que te odio. Te odio no para quererme a mí misma
te odio de ojalá te odiara tanto
como para escribir que te vas, que yo doy vueta esta hoja y te vas y que al dar vuelta la hoja
te hayas ido volando
usando cualquier signo de pregunta
como alfombra voladora
(el que más te guste de toda tuya esa colección,
tu favorito)
a cualquier sonrisa decente
menos la mía.

Y nada de cómo estás / yo bien / me alegro.
Te odio de que no me importes.
Te odio de que no te me incubes en forma de resaca,
constante como alergia en primavera.
¿Puedo odiarte así?
¿O acaso tampoco me vas a dar ese gusto?

Un permiso para todo, ¿te das cuenta?
Para besarte, para no hacerlo.
Para negarme a otra vuelta de tuerca.
Cuidado que de cuidar mucho el cielo se queda chico,
que de apretar mucho la tierra también se rompe.

Y así, entonces:
Escribirte. No escupirte. Extrañarte. Invitarte.

Que no vengas.

Y un poema.