lunes, 12 de agosto de 2013

El tipo del bondi

Todos los lunes y miércoles subo al bondi alrededor de las 16:15 para asistir a mi clase de inglés. Hay dos recorridos que me habilitan la llegada a mi destino, el 4 y el 36. En el 4 casi siempre viajo con un hombre de no más de 35 años que me sonríe y me cobra una tarifa menor a la que debería pasar; no me molesta, me conviene y es divertido. En el 36, por otro lado, viajo con Charlie, un hombre adorable y canoso de 60 años que me dice "negrita" y me pregunta cómo estoy.
Los colectivos, generalmente, tienen una parada cada dos cuadras. Yo subo siempre en la esquina frente a mi escuela, y dos paradas después, generalmente, sube este tipo.
No tiene nada extravagante, usa jeans gastados y camperas canguro, siempre se guarda la SUBE en el bolsillo trasero izquierdo y tiene ojeras. Es un poco más alto que yo, mira al colectivo como si lo estuviera culpando por algo, nunca sonríe. Pero tiene ojos verdes. Eso es lo que más me llama la atención.
Siempre pensé que las personas con ojos claros se veían obligados a ser amigables, pensaba que por esta condición que, por lo menos en donde yo vivo, carece, los "ojos claros" tenían que mantener firme esta imagen que nosotros, los "ojos marrón caca" teníamos de ellos: perfección en alguna forma.
Pero bueno, él no sonríe y siempre se acomoda cerca de la bajada trasera, se queda parado aunque haya asientos libres, y me mira.
Todos los lunes y miércoles, además de ir, vuelvo. A eso de las 18:45 me subo al bondi otra vez, sea el 4 o el 36, y él sube también. Cuando estoy esperando, nunca lo veo. Siempre es ése que llega de pedo un segundo antes de que el bondi arranque. Y hace exactamente lo mismo, la SUBE en el bolsillo trasero izquierdo, pasa al lado mío, se acomoda al fondo del vehículo y desde allá me mira.
Y es una mirada intensa, casi constante, pícara, como si en esa mirada se estuviera escribiendo todo lo que él necesita de una mujer y yo de una hombre, y no son sólo besos, sino que hay más allá. Siempre hay más allá con él, y a la vuelta él se baja primero, y se da media vuelta y me saluda, y otra media vuelta más y se va. Y yo me quedo arriba del colectivo, por cuatro cuadras más, pensando en qué fue lo que acaba de pasar, con la sonrisa formada a medias y diciéndome "ay, Cande, no aprendés más".
Así estamos, hace meses. Nunca me atrevo a acercarme, mi lado racional que casi siempre duerme, se despierta en esos quince minutos de viaje y me dice "quizás te mata; te viola, te mata, y te esconde en algún tacho de basura". ¿Por qué no? Si esas cosas pasan.
Puede que se llame Santiago, Marcos, Gabriel. Puede incluso que se llame Damián, como el Damián al que tanto le escribo. O tal vez, es Rigoberto y por eso no se me acerca: le da vergüenza su nombre.
Tampoco es que esté esperando que sea el amor de mi vida, (siempre espero eso, pero ignorémoslo), sólo digo que un "hola" cada vez que pasa por atrás mío vendría bien. Uno solo, yo después hago el resto, me encargo del cómo estás, cómo te llamás, me pasás tu número. Mi problema es el primer paso. Por suerte.
El problema con el tipo este, es que hoy subió con una mina al bondi. Se sentaron juntos y yo estaba un poco más adelante, en los asientos individuales.
Y yo soy una mina curiosa, estaba esperando alguna curva turbulenta que pudiera aprovechar para mirarlo, pero viajé con Charlie y Charlie es un santo al volante. Entonces no quedó más remedio que mirarlo y perder toda mi dignidad (que si tengo, en realidad no me importa). No esperaba ninguna reacción, ni mucho menos. Pero él reaccionó, y apenas me volteé para mirarlo, él, que tenía la mano de la mina sobre la suya, la soltó, y por seis segundos, segundos que conté, me miró fijo.
¿Qué significa?
No sé, yo nunca entiendo las miradas que son para mí. Pero el flaco hizo que me fuera la sangre a la cara y me sonrojé como una pendeja de once años dando su primer beso. Fue una sensación linda y olvidada que volvió a mí en la circunstancias menos pensada. Corrí la cara y bajé del bondi, porque mi atrevimiento no se atrevió hasta estar cerca de casa. Y cuando bajé, me estaba mirando. Y la mina lo miraba a él, se ve que iban a su casa porque si no él se hubiera bajado antes y me hubiera saludado como hace siempre.
Y yo, qué iba a hacer.
Seguí hasta casa, pensando en él.