miércoles, 20 de enero de 2016

Stephen King escribiría sobre nosotros

Me cuenta Oscar que la cosa más difícil que alguna vez tuvo que hacer fue pararse derecho y amar a Juana. Y eso que Juana, siendo tan linda, debería ser fácil de amar. Tiene las tetas chiquitas, me cuenta Oscar, tan chiquitas que con un beso de buenas noches se amiga con las dos. Las tetas chiquitas y blancas y puras. Y tiene cosquillas en las costillas, entonces cada caricia es un suplicio, una carrera contra cada qué dirán.

En Once llueve. Yo espero el tren a casa sin saber en cuál estación bajar. Vengo de desear que nada sea cierto. Y Oscar me habla.
Que Juana esto, que Juana aquello. Que sabías que Juana puede hacer globos con chicles multifruta. Que tararea canciones de John Mayer mientras él duerme la siesta. Que le hace el amor con tanto énfasis como ironía.
Ahí viene el tren. Cuando las puertas se abran voy a sentarme del lado de la ventana y esperar que Oscar me vea llorar lo suficiente como para no volver a hablarme. Al menos no de Juana.

Juana, que es más fuerte que él, debe estar hablando con algún desconocido en algún andén sobre Oscar. Oscar que nombra a su perra como a una guitarra. Que colecciona decepciones y funerales. Que ella lo quiere cuidar. Que cuando él tenga fiebre, ella va a comprar ibuprofeno aunque la única farmacia abierta esté a 14 años de distancia.
Oscar no sabe que Juana también habla de él. Que a costa de su estabilidad emocional, compró un conjunto de ropa interior nuevo esperando que él se lo saque y que cuando quiso usar ese mismo conjunto con otro peón, no pudo. Y que no hay espalda que sea la de él, ni dos ambientes, ni nada que se le parezca.

Oscar está enfermo. Eso pasa. Escuché la misma historia en otras estaciones.
Oscar está enfermo, sí. Pero Juana...
Juana también.